EL CANDIDATO TROQUELADO

EL CANDIDATO TROQUELADO

08/04/2024

POR PABLO A. CICERO ALONZO


Ese primer aroma, el tibio aliento que navega en susurros, o ese estreno de la piel: la aspereza de los años que acuna al recién llegado. La visión con la que amanece la vida, por lo general la sonrisa de la madre. Un ser vivo siempre recuerda quién le dio la bienvenida.

Hay especies animales que logran hacer un vínculo especial con otras: es lo que se le conoce como impronta. El primer contacto define una relación que puede durar toda una vida, ya que el animal improntado —o troquelado— nunca olvida ese génesis.

El potrillo que, antes de ser llevado con la yegua, lo abraza el jinete con el que ganará el derby, o el polluelo de loro que eclosiona en solitario y aprende a maldecir como el hombre que ve cuando los ojos se le despejan.

También se le conoce como impronta a la primera idea que se nos viene a la mente hacia algo o alguien. La campaña del candidato de Morena Yucatán a la gubernatura ha estado llena de tribulaciones, mismas que lo han improntado: una marca hecha con el hierro candente de la memoria.

Por más que haga o dé explicaciones le será muy difícil cambiar la concepción que la mayoría ya tiene de él; al candidato troquelado ya no le alcanzan los dos meses de campaña para presentarse de nuevo; la recta final no permite un cambio de velocidad. Tiene tatuados sus errores.

Joaquín, El Huacho, Díaz Mena, comenzó con el pie izquierdo, al romperse, absurdamente, el brazo derecho; eso significó darle una ventaja a su contrincante. Arrancar tarde y adolorido, con restricciones médicas. Su primer round con el imaginario colectivo fue, precisamente, minimizar su accidente.

Ya con cabestrillo, después tuvo que aplacar la indignación que generó la presencia de una funcionaria de las fuerzas policiales de la Ciudad de México. ”Ella no será la encargada de la seguridad”, repitió, conjurando es espanto. Un espanto, sobra decir, justificado.

Posteriormente, se vio obligado a torear la furia que desataron declaraciones de la candidata a senadora de su partido, quien optó por defender a los concesionarios del transporte público en lugar de los usuarios del servicio. En un control de daños tardío, el Huacho tuvo que salir a matizar, mimetizándose.

Esta semana apenas, un periódico capitalino, El Universal, denunció irregularidades en la declaraciones patrimonial del candidato de Morena Yucatán; el reportaje publicó un recuento de propiedades del político.

Él aseguró que todo estaba en orden, que todo lo había declarado. Sin embargo, lo que en realidad exhibía el reportaje era el chanchullo: la compra simulada en unos cuantos miles de pesos de terrenos cuyo valor asciende, en realidad, a millones.

El Huacho ha pasado más tiempo justificando o desmintiendo que dando propuestas. El candidato de Morena Yucatán a la gubernatura es un triste Sísifo, que parece condenado a comenzar de cero cada determinado, breve tiempo. Su campaña se sigue reseteando incluso cuando ya se ve en el horizonte la promesa del final.

En la mayoría de los casos, el político troqueleado no ha podido sacudirse de las primeras versiones: está impregnado. En el caso de la seguridad, sus palabras se las lleva el viento, pues su estrategia de seguridad responde a un modelo nacional, que obedece directrices del centro.

En el tema relacionado con el transporte —que quiso vacunar con el débil argumento que fue una fake news— hay videos en los que claramente se escucha a su compañera de partido y se ve a él atestiguando de primera mano la sinrazón. No tiene cómo zafarse.

La gran mayoría de los obstáculos que el candidato tiene que sortear tiene origen en sus propios compañeros de partido. Esta jauría de errores ha mermado su imagen de líder y es, quizás, la idea más difícil de desbrozar, pues se ha enraizado en la realidad.

El Huacho no ha intentado sofocar la sospecha que en Morena hay quintacolumnistas, y quizás eso sea el lastre que arrastra sus esfuerzos. Con la misma inocencia con la que posó con un pediatra luego de su accidente, ve al caballo de Troya —emposmado de enemigos— como un regalo y no como una trampa.