Texto: Pablo A. Cicero Alonzo
Fotografía: Miguel Díaz Pérez
La primera y última vez que unos ojos parecidos a los nuestros lo vieron, fue tal vez cuando un cromañón mató con la quijada de un burro a un neandertal: un golpe seco, contundente; el arrebato de un hermano que le arrancó la vida y los sueños a su hermano. El asesino miró al cielo, y vio la respuesta de su dios en forma de un cometa.
Desde entonces, intentamos justificar con mitos nuestra conducta asesina.
Eso fue hace miles de años. Antes, muchísimo antes, una de las carambolas del big bang dejó chimuela a la nube de Oort, arracándole una muela de hielo, rocas y polvo de estrellas. Desde aquella tirada de dados cósmica, ese vagabundo con luz propia orbita al sol cada 80 mil 660 años. Si el Caín prehistórico se asustó al verlo, el astrónomo que lo divisó en 2023 se maravilló.
No. No todo está perdido. Nuestra historia no está escrita en el cielo. ¿O sí?
Yo anhelo tiempo y espacio, mientras que ellos sólo quieren comprar cosas. La alegoría de la caverna, planteada por Platón, está más vigente que nunca en estos tiempos en los que las sombras se convirtieron en píxeles, y los hombres y mujeres sólo perciben la realidad a través de las pantallas; en los que el deseo es pastoreado por algoritmos de inteligencias frías y envidiosas.
Hay, sin embargo, quien aún alza la vista y se atreve a mirar al abismo del cielo.
El cometa C/2023 A3 fue detectado en los observatorios Tsuchinshan y ATLAS hace un año; se divisó a la vuelta a Júpiter, jugando a las escondidas. Comenzó su perihelio —máximo acercamiento al Sol— este viernes 27 de septiembre, y durante dos semanas dará la impresión de estar saltando nubes en los cielos sin sol.
Y aquí viene la historia de un viejo conocido, aficionado a la caza mayor cósmica.
Hemingway recorría la sabana africana matando, atesorando la tristeza de trofeos de pieles, colmillos y garras; la asfixia de la muerte. Miguel Díaz Pérez prefiere hallar la belleza y mostrárnosla. Como si fueran luciérnagas, persigue a los astros para atraparlos en los frascos de sus fotografías; las instantáneas de una vida que se nos escapa.
Nosotros nos zambullimos en noticias sobre gobiernos o de ofertas; él, en cambio, supo del regreso de este hijo pródigo.
Sabía, Miguel, que el cometa se acercaba, y que sería bellamente luminoso. No sólo se preparó para verlo, sino que se preparó para verlo con un contexto: los flamencos. Como si quisiera demostrar que la belleza es exponencial, durante dos semanas recorrió el escenario ideal para tenderle la trampa del click a la estrella fugaz.
Y encontró el lugar donde los fríos colores del amanecer se fusionan con la tibieza de los nidos.
”El punto seleccionado fue un spot en las inmediaciones de Progreso. Lo visité durante varios días, en diferentes horarios, para ubicar la zona perfecta para la fotografía”, recuerda Mike. ”El primer intento lo realicé el sábado 21; me desperté a diez para las cuatro de la mañana, con mucho trabajo, y me lancé a la zona. Llegué, más o menos, a las cuatro cuarenta”.
Racimos rabiosos de relámpagos, nubes parturientas; la dicha de ver sólo el velo de la novia.
Miguel, aunque sacó varias fotos del tímido cometa, no se dio por satisfecho. ”Durante la siguiente semana estuve revisando en redes sociales las fotografías compartidas por otros fotógrafos y sentí que tenía que intentar de nuevo para lograr algo mejor, por lo que el domingo me lancé de nuevo al punto identificado para buscar la fotografía”.
Vivir sin soñar es peligroso, obliga a conformarse con la vida, y uno no puede sentir la tentación de correr riesgos.
El sábado 28, al alba, ”después de unos pocos intentos logré divisar el cometa y, ahora sí, con mucho mayor detalle; los flamencos cooperando, manteniéndose quietos” se muestra la belleza del cielo y de Yucatán como nunca antes se había visto antes. Y tal vez, nunca se verá después. De eso se trata la vida: de que cada quien escriba el poema de su destino con los versos que va atrapando. Mike, con su cámara fotográfica.